“¡Qué bien se está cuando se está bien!” Siempre me ha gustado este dicho de mi padre que guarda al mismo tiempo la sencillez y la profundidad. Este hablar de lo obvio, tan propio de la gente de su pueblo, Villamanrique de la Condesa, con la naturalidad de quien se deja caer, pausadamente, en el quicio de la puerta.

Hasta ahora, tal vez, no parecía tan obvio qué es lo que realmente nos hace falta para estar bien. La sociedad de consumo nos quiere hacer creer, y continuará con su propósito, que son muchas las cosas que necesitamos para ser felices. La era de la tecnología ha alimentado nuestra impaciencia: “Eso que creo que me hará feliz lo quiero ya” o, al menos, lo antes posible. Tal vez supiéramos con nuestra mente que lo que necesitamos para vivir bien no es “muchas cosas”. Algo distinto es que nuestra mente y nuestras acciones fueran de la mano, como quien responde ante un pacto lleno de coherencia. La mente tiene información, algo realmente valioso, pero la información per se no implica conocimiento. Desde mi punto de vista, el conocimiento es algo que se experimenta con todo nuestro ser, aunque sea por un instante. El conocimiento necesita de la vivencia. Para que la vivencia experimentada se convierta en hábito se requiere repetición y tiempo. Dicho de otro modo: Acción y paciencia. Para la acción hace falta motivación. ¿Cuál es nuestra motivación profunda? ¿Es éste un buen momento, personal y social, para planteárnoslo?

¿Y a qué viene aquí la COVID-19? Pues sinceramente, creo que nos ha regalado la vivencia, este confinamiento obligado, con estas circunstancias, nos permite experimentar. Así pues, el pequeño coronavirus nos ha abierto una puerta al conocimiento del bienestar.

El atravesarla o no solo depende de nosotros, de nuestro deseo y nuestra libertad. Por supuesto, el deseo y la libertad están íntimamente ligados a nuestro nivel de consciencia y todo nivel de consciencia está bien y es bueno respetarlo. Puede incluso ser el acicate de mi movilización. A nivel práctico, si queremos sacar provecho de esta situación que nos toca vivir, tal vez nos sirva preguntarnos qué puedo yo aprender de todo esto. De esto concreto que me incomoda, o me aterra, o me aísla, o me enfada, o me duele, o me agita, o me desconecta, o proyecta mi mente hacia un mal futuro o un mundo ideal, o me hace sentir impotente, o… lo que quiera que sea que nos esté pasando en nuestro día a día.

Cuando hablo de bienestar no quiero olvidar el sufrimiento que muchas personas están padeciendo con esta crisis: Las muertes y enterramientos en soledad, la enfermedad y la incertidumbre, el miedo generado, las mujeres maltratadas confinadas con sus maltratadores, los jóvenes fervientes de vida recluidos, los mayores aislados, los sanitarios expuestos con escasez de medios, las y los profesionales de la ayuda a domicilio que tan magnífica acción hacen y continúan con su labor a pesar de que los aplausos no suenen para ellas/os y se sientan abandonadas/os; las empleadas de hogar cuyas familias están a miles de kilómetros en países con estructuras deficientes y a veces caóticas (en Guayaquil –Ecuador– se están quemando muertos en la calle); África ante la pandemia con toda su pobreza, las empresas, los autónomos, la economía y tantas otras cosas. No, no quiero olvidarlos. Simplemente la COVID-19 existe, se ha instalado entre nosotros y lo ha hecho a nivel mundial.

El coronavirus y todo lo que conlleva el estado de alarma es una realidad y como tal hay que afrontarla. No puedo y no quiero mirar a otro lado. Como cada uno la afronte es otra cosa y ahí es donde podemos decidir, "libremente", si deseamos atravesar la puerta abierta al conocimiento del bienestar, porque “¡qué bien se está cuando se está bien!”. Pero ese estar bien es un estado interno, un estar como en casa, estemos en casa o en el bar, solos o acompañados. No es que las condiciones no influyan, no estoy hablando de eso. También es un estado interno que se irradia al exterior pues somos seres interconectados e interdependientes y, también, seres que habitamos un planeta que nos nutre y que desde hace tiempo no para de gritarnos. ¿Acaso el coronavirus no nos lo está mostrando?

Nos muestra además la sencilla alegría de las pequeñas cosas, nos invita a recuperarla, en estado puro y sin deshilachar y a darnos cuenta que esta alegría es contagiosa: La alegría porque el vecino se acordó de mí con interés genuino, la gratitud por su llamada que como un bumerán vuelve a él; El cartel de “Feliz Cumpleaños” colgado en el bloque de enfrente para ti, Alba, y que hizo tan feliz a toda tu familia, un papel con dos palabras. La alegría que tu madre me transmitió al contármelo. Sí, es algo contagioso. Las reuniones con grupos de amigos, adentrándonos en sus casas a través de Skype u otra maravillosa tecnología. Los jóvenes organizados voluntariamente para realizar la compra a personas mayores… Y sí, los que entran a robarles haciéndose pasar por sanitarios también. Pero tú, yo, cada uno de nosotros puede elegir el bando, elegir si arrimar el hombro o pasar el tiempo instalado en la crítica y la ira, o seguir distrayéndonos para no enterarnos y que esto pase lo antes posible; si atesorar papel higiénico y legumbres o dejar algo para el que viene detrás; si dejar que el miedo nos paralice o atrevernos a mirar dentro para ver qué cimientos se tambalean, si se pueden apuntalar, si es mejor dejarlos caer o si necesitamos ayuda en la reconstrucción. El conocimiento de nosotros mismos nos hace libres y desde esa libertad la vida en comunidad fluye mejor. La vida, que en este continuo baile de disfraces se colocó ahora el de un “Virus con Corona”. Pero su reinado no será eterno, esto también pasará. Quizás nos esté convocando, individual y socialmente, a levantar la máscara, a descubrir esta Vida que no cesa, esta Vida interconectada con todo y con todos. Parafraseando al gran escritor Haruki Murakami diré que “yo no soy más que un simple camino por donde pasa el hombre que yo soy”[i]. ¿Pero quién Soy Yo (“el hombre que soy”) en realidad más allá de mis máscaras? No se trata de pensarlo, solo puedo acercarme a Ese que Soy, a Esa que Soy, a través de mi camino en la vida y la experiencia. El conocimiento es algo que se experimenta con todo nuestro ser –dije al inicio–, también el de ser una ola del mar de la Vida. Quizás este virus nos esté ofreciendo la oportunidad de subir un peldaño para acercarnos a Ese que realmente somos, Ese que está unido a todo cuanto existe en realidad. Por un instante me paro, te invito también a ello, observo mi respiración. No hago nada, ella sigue ahí. ¿Acaso soy yo quien respiro? ¿Es la Vida quien respira en mí? ¿En realidad, quién soy Yo?

 


[1] Murakami H. Crónica del pájaro que da cuerda al mundo. Maxi Tusquets Editores, Barcelona, 2019.

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