Andábamos reunidos un grupo de amigos, discutiendo entusiasmadamente sobre las ventajas de una buena dieta. Parecía que todos la siguiéramos a rajatabla, tal era la intensidad de nuestra defensa. Ignasi, un amigo y colega locuaz y divertido, andaba por el contrario muy callado, algo extraño, pero los demás ni siquiera nos percatamos, hasta que él cerró con broche de oro la conversación y todos rompimos a reír: “¡Pues yo, soy de ideología vegetariana, pero mi estómago tiende al cerdo!”. Con su acertada frase, nos bajó a todos a la realidad, pues llevábamos tres días de vacaciones bebiendo y comiendo, y no exactamente agua mineral y pollo a la plancha con verduras hervidas.
Nuestra ideología a veces nos confunde, llegando a creer que somos lo que pensamos/deseamos. Hace unos días, estando en una misa de difunto, me sorprendía la homilía de un sacerdote, bastante joven, que venía a decir que no valía quejarse de los sucesos negativos que nos acontecen, que teníamos que ser generosos y que debíamos hacerlo con alegría. ¿Quién puede juzgar lo que tiene o no valor? En todo caso quejarse o no será funcional o disfuncional; útil o inútil en este momento y esta situación y quizás en otra adquiera el carácter contrario. ¿Quién decide lo que tenemos y debemos ser y sentir? Como si fuera posible que queriendo ser bueno uno se convirtiera en tal, o que por el hecho de desear sentir alegría ésta se consiguiera, dejando nuestro corazón que lo manipuláramos a nuestro antojo. Pareciera que estamos con los cuentos de hadas y las varitas mágicas, anclados en un mundo infantil. Este tipo de mensajes tan impregnado en nuestra cultura, seamos o no religiosos, pues va mucho más allá de esto, creo que ha hecho más daño que bien. Es el mismo tipo de mensaje de “los hombres no lloran, eso no es nada”. Cuando esto se le dice a un niño se le está pidiendo que olvide su triste emoción o al menos que la oculte, colocándola en un lugar tan recóndito que de mayor, si sale en su búsqueda tal vez le cueste encontrar. Generaciones de hombres dándole la espalda al corazón, así como generaciones de mujeres dándole la espalda a la acción, al menos en parte. Hombres y mujeres olvidados de sí, de esas otras partes que también son nuestras. Cuentos de hadas, prepotencia y omnipotencia. ¡Crezcamos! Todo estará bien si nos atrevemos a vernos tal cual somos, o mejor dicho, tal cual nos mostramos aquí y ahora. En lo profundo no se trata de cambiar nada, sino de aceptarnos tal cual somos, con compasión. Esa actitud es la que provoca el cambio o más exactamente la que nos va permitiendo reconocernos completos.
Si nuestro corazón está afligido no podemos como un mago transmutar la pena en alegría. No somos bondadosos, generosos, alegres, fuertes, amables o justos, porque en ello nos empeñemos. No somos omnipotentes. La humildad cura, en el buen sentido de la palabra: en el de vernos tal cual somos, ni crecidos ni menguados. Entonces quizás la vida nos regale el sabor de la verdadera virtud, ya sea en forma de alegría, bondad, justicia… y nos inclinaremos ante ella profundamente agradecidos.
En el Tao Te King o Libro del Tao dice:
"La virtud superior no es virtuosa.
Por eso posee la eficacia de la virtud.
La virtud inferior no puede liberarse de su conciencia de ser virtuosa,
Por eso no es virtud.
Y en otro lugar:
“La virtud establecida parece harapienta”