JAVIER DÍAZ ESTÉVEZ. Conocer a Javier fue como tomar aire nuevo. Psiquiatra y psicoterapeuta ecléctico me enseñó una forma diferente de hacer terapia: Un saber estar frente al otro, atendiendo y respetando las necesidades de éste, sin olvidarme a mí misma, y confiando en las capacidades del mismo y su propio poder evolutivo. La importancia del trabajo por objetivos, el establecimiento de tareas, el grupo como lugar de aprendizaje, y un largo etcétera. Trabajar con él en grupo sobre la muerte fue todo un aprendizaje para la vida. Todo esto, unido a su generosidad conmigo, permitiéndome trabajar junto a él, me hizo crecer como persona y apasionarme por mi profesión, pues de alguna manera supo “regar mi semilla de la vida o de la muerte”, dado que ambas no son sino dos caras de la misma moneda.

CLAUDIO NARANJO. Con Claudio realicé el Programa SAT, un programa para el desarrollo personal y profesional, que realmente supuso para mí un cambio profundo. Fue como iniciar un camino de vuelta a casa: recordarme para comenzar a olvidarme de esa que en el fondo no-soy (dado que no somos nuestras etiquetas, por decirlo de alguna manera) y así, estar en la vida con más presencia, agarrada a ella y de una forma más amorosa y compasiva conmigo misma y con los demás. La compasión no es sólo sentir el dolor del otro y con el otro, sino que creo que tiene también un componente de serenidad y suave aceptación. El programa SAT tiene la riqueza de aportaciones terapéuticas de Occidente, ideas prácticas del Cuarto Camino y de meditación budista, una síntesis rica a la luz del eneagrama.

PACO PEÑARRUBIA. A Paco lo conocí primero por los libros. Después, partí a su escuela de Madrid para formarme como terapeuta gestalt junto a él y todo el elenco de profesores de ésta. Su forma de hacer siempre me pareció realmente elegante, con una sutil contundencia y un profundo respeto y reconocimiento al otro. Por ello le estoy agradecida. A veces, una sola palabra suya me hizo trabajar durante mucho tiempo, como una piedra tirada a un lago, creando ondas que se expanden cada vez más en círculos concéntricos. Su aliento y permiso para sacar y jugar con las sombras, esos “demonios” a los que nos cuesta reconocer, hizo fluir mi energía que se materializaba en fuerza y creatividad. Despenalizar lo neurótico supone rescatar el arte, ¿qué es si no la terapia? Todos somos creadores. En este sentido, él fue para mí un verdadero maestro.

Agradecida a todos podría decir que Javier regó mi tierra y mi semilla, Claudio me bautizó y Paco me mostró mis propias alas. El zen me da gran fuerza para actuar en libertad.

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