La semana pasada asistí al Encuentro de Ciudadanía “Los Delitos de Odio Contra las Personas Sin Hogar”. Se comenzó dicho encuentro con el informe de investigación que el Observatorio Hatento había realizado al respecto. Me sorprendieron muchas cosas y también me tocaron el corazón. ¿Quién puede agredir físicamente, amenazar, insultar… a un sin hogar? Una respuesta casi “lógica” podría haber sido grupos de ideología nazi, esos que quieren deshacerse de la “escoria”. Sí, un 7,3% de los responsables de dichos delitos fueron personas vinculadas con dicha ideología. Parece que el groso no está aquí. ¿Quién entonces? Pues casi un 60%, el 57% para ser exactos, fueron personas jóvenes entre 18 y 35 años. El 28,4% eran chicos jóvenes de fiesta. ¿Acaso para algunos la agresión se ha convertido en una forma de ocio? Cuál es el camino que lleva a esta locura, me pregunto.
Al día siguiente del encuentro desayuné con la siguiente noticia: Las universidades públicas pierden 86.000 alumnos de grado en tres años, más habitantes de los que tiene la ciudad de Melilla, decía la periodista Pepa Bueno. Y Mª Eugenia Rodríguez Palop, Profesora del Filosofía del Derecho de la Universidad Carlos III de Madrid: “Estaba claro que con estas políticas la universidad se iba a desangrar. Hoy los estudiantes están pagando, prácticamente, lo que cuestan sus estudios, en un porcentaje que varía del 15% o el 25% en primera matrícula, hasta llegar al 100% o más, si se trata de repetidores. En la práctica, esto significa que los precios se han liberalizado y que los alumnos con menos recursos o los que no pueden endeudarse para estudiar, acabarán siendo expulsados del sistema, como está pasando”.
Hace unos años cayó en mis manos un crítico artículo sobre “La Fascistización de la Política Institucional y el Control Oligárquico y Represivo de la Cultura Política y Social” de Demetrio Velasco, Catedrático de Pensamiento Político en la Universidad de Deusto. Unos pocos ricos, cada vez más ricos, tienen el control. El 7,3% de ideología nazi, antes mencionado, puede incluso ser el anzuelo que nos despista de la verdadera raíz podrida, de ese fascismo instituido. Hay en nuestra sociedad un 1% cuyas rentas crecen al 256% y parece que para ellos no es suficiente. ¿Cuánto creció en los últimos años su renta, la de sus familiares o amigos? Pero la de usted y los suyos no importa. Ellos quieren más y siguen moviendo los hilos para que continúen las privatizaciones de la Educación Pública, la Sanidad Pública, la Cultura… creando una desigualdad, que hace que un considerable porcentaje esté ya instalado en la pobreza y algunos se acerquen, si no lo están ya, a una potencial situación de “sin-hogar” (no olvidemos los desahucios). ¿Qué futuro ven los jóvenes llenos de la vida y la energía que su condición de joven les da? ¿Sentirán rabia? ¿Cómo canalizarla tras una fiesta y unas cuantas, o muchas, copas de más? Total… “¿Mejor no mirar eso que se derrumba y tanto me va en ello, o me duele o me indigna?” “¿Esa sociedad del bienestar a la que mis padres y abuelos contribuyeron con sus impuestos y trabajo y que por ley debería pertenecerme?” ¿Qué hemos hecho la generación que los hemos precedido para propiciar el cambio, para decir ¡basta ya!? Dice Demetrio Velasco “acabamos prefiriendo ser explotados a estar desempleados” y acto seguido habla de la “servidumbre voluntaria” ¿Qué modelo deseamos transmitir? Quizás, y es sólo una hipótesis, parte de ese colectivo de jóvenes que agraden a excluidos sociales estén intentando apartar de sí, como un mecanismo de defensa, la sensación de potenciales excluidos. La sensación de “sin-futuro”. Y esto, que nos puede ayudar a comprender no los exime de su responsabilidad. No nos exime.
Los problemas sociales no tienen soluciones individuales y, al mismo tiempo, la conciencia personal amplía la conciencia social. De ahí la importancia de que cada uno haga su tarea. Mirar la realidad y el dolor, indignación, miedo… que nos pueda causar dicha realidad está en la base del cambio. Mirar para otro lado no es gratuito. El informe de Hatento nos muestra que 2 de cada 3 experiencias de delitos de odio a personas sin hogar fueron presenciadas por otras personas y en un 68,4% de los casos los testigos no hicieron nada. Ese tipo de herida causada por la indiferencia y/o el miedo es tanto una herida personal como colectiva y las heridas duelen. Antes o después requerirán ser tratadas o los sentimientos de rabia y dolor, entre otros, tomarán su propio cauce social.
No estamos solos, formamos una red, nuestros actos tienen consecuencias en dicha red. Esta red la formamos personas. Todas las personas somos, por naturaleza, dignas. También esta conciencia colectiva hay que nutrirla, en adultos, jóvenes y pequeños. La solución ha de ser social.