Las personas somos seres sociales y en relación con nuestro medio. Al igual que cualquier sistema (elementos interrelacionados entre sí y con su entorno), tendemos a la estabilidad y al crecimiento. Pudiéramos decir que es un crecer para llegar a ser lo que estamos “destinados” a ser en el tiempo y nuestro espacio. Un ejemplo es el proceso de crecimiento físico del bebé que se convierte en niño, gracias a los cuidados de sus padres y/o cuidadores. Luego pasará a ser adolescente, joven, adulto… hasta el momento final de su vida. Si el crecimiento se detuviera se produciría muerte; si se ralentizara o acelerara tendríamos enfermedad. Por ello es necesario un equilibrio entre el crecimiento y la estabilidad. Pero las personas, en mayor o menor medida, tememos y anhelamos el cambio. Si el miedo se impone y la valentía no vence, iniciamos un proceso de estancamiento.
Creo que si tuviésemos confianza en la vida y no tuviéramos memoria para “recordar” nuestras heridas (aunque este recuerdo pueda ser inconsciente y no explícito), fluiríamos con ella, en un equilibrio justo entre estabilidad y crecimiento. Por el contrario, con frecuencia nos aferramos a nuestros hábitos y creencias, intentando que nada se mueva. Para algunas personas, es sorprendente el tiempo que otras pueden permanecer en un trabajo en el que están muy a disgusto, sin intentar un mínimo cambio. O cómo se soportan relaciones que atentan contra la dignidad humana, por poner sólo dos ejemplos. Pero igual serviría un ejemplo aparentemente contrario, el que ante la menor crítica da un portazo y se marcha, aferrado tal vez a una auto-imagen ideal.
El hecho es que tenemos “memoria” y nos falta confianza. Esta memoria está grabada en nuestro ser aunque no tengamos conciencia de ella. ¿Cómo hacer, entonces? Es posible sanar nuestras heridas, volver a la confianza e intentar no bloquear el flujo de la vida. Podría decir que si uno no se encuentra en paz con ese medio al cual pertenece (externo o interno), tal vez le sería útil la pregunta “¿qué tengo yo que cambiar?” La respuesta no está en “si mi jefe reconociera mi trabajo yo me sentiría satisfecho/a”, “si mi pareja me amara yo…”. Evidentemente, si así fuera todo sería mucho más grato. Sin embargo, las oraciones condicionales hablan de la necesidad de determinadas condiciones para que la acción pueda darse; hablan de casos hipotéticos y no de hechos. Con ellas nos colocamos en posición de dependencia. De esta forma dejamos la responsabilidad en el otro y permanecemos en la incómoda comodidad de lo conocido que ya no sirve. Y, además, tal vez el otro no desee cambiar.
He hablado del sentimiento de falta de paz como señal de alerta para el cambio. Sin embargo, hay personas que tienen poca conciencia de esta carencia. Imbuidas en una gran actividad u ocupadas en proveerse de estímulos que las distraigan (cultura, ciencia, viajes o cualquier otro) corren hacia delante sin darse cuenta que van saltándose los semáforos en rojos, ni que por detrás le van tocando el claxon. Si se trata de tu pareja o tu jefe, siguiendo el ejemplo anterior, quizás, si tú mueves tu ficha por necesidad propia, sin esperar más cambio que el tuyo, quizás, su entorno se inestabilice un poco. Algo así como una ficha de dominó que cae y al hacerlo caen otras. Como he dicho, los miembros del sistema están relacionados entre sí y con su entorno. Esto es sólo un efecto y no ha de ser el motor del cambio propio.
Para todos aquellos que consideren que es hora de cambiar y deseen responsabilizarse de su cambio, este sencillo y hermoso poema de la estadounidense Portia Nelson, cantautora y actriz entre otras cosas. Ella lo escribió años después de sufrir una mastectomía debida a un cáncer de mama. Tal vez, ella quiso oír y el dolor le enseñó. Se denomina “Autobiografía en cinco capítulos”. La siguiente es la traducción que conozco, aunque yo preferiría la palabra “responsabilidad” donde dice “culpa”. Es este:
1. Bajo por la calle.
Hay un enorme hoyo en la acera.
Me caigo dentro,
estoy perdida, impotente.
No es culpa mía.
Se tarda una eternidad en salir de allí.
2. Bajo por la misma calle.
Hay un enorme hoyo en la acera.
Hago como que no lo veo.
Vuelvo a caer dentro.
No puedo creer que esté en ese mismo lugar.
Pero no es culpa mía.
Todavía se tarda mucho tiempo en salir de allí.
3. Bajo por la misma calle.
Hay un enorme hoyo en la acera.
Veo que está allí.
Igual caigo en él… es un hábito.
Tengo los ojos abiertos.
Sé dónde estoy.
Es culpa mía.
Salgo inmediatamente de allí.
4. Bajo por la misma calle.
Hay un enorme hoyo en la acera.
Paso por el lado.
5. Bajo por otra calle.