Una mujer, que de alguna manera seguía siendo una niña buena, tenía verdadera dificultad para expresar su rabia. No está de más decir que provenía de una familia donde dichas expresiones no estaban permitidas. Comenzó a tomar conciencia de cómo su rabia no expresada, en principio ni siquiera sentida, terminaba transformándose en depresión, quedando ella invadida por profunda tristeza. Ahora, a veces sentía la rabia en el lugar de la tristeza y dudaba de quien era ella en realidad, pues se desconocía así a sí misma. En distintos momentos sintió verdadero pánico por esa nueva emoción potente y avasalladora. Pero era su rabia, sería mejor aceptarla, sin juzgar, no más. ¿Qué otra cosa podía hacer? Luego, recordó que ella no era su rabia, que tener rabia no era ser la rabia, falsa identificación. Pero ahora, tampoco ya era la tristeza. ¿Quién era?  Andaba muy confundida además de asustada. Y sin embargo, en la medida que hizo suyo algo que antes excluía, se sintió fuerte y energizada. También más tranquila. Así, comenzó a expresarse en situaciones donde antes callaba, ya no tenía que seguir acumulando rabia en su depósito oculto. Por supuesto, a muchos que la rodeaban no les gustó nada este cambio, pero ese es otro tema. Así, la niña buena se hizo responsable de su rabia, como antes lo hizo de su tristeza, pues no eran sino suya, y se fue tornando en una mujer adulta y decidida.

Varias veces ya, le había ocurrido algo extraño: cuando iba a recoger su ropa tendida al sol, en aquella gran azotea comunitaria, de hermosas vistas, encontraba que algunas de sus prendas las habían colgado en otro tendedero. Había múltiples tendederos, vacíos, pero quizás a aquella vecina incógnita le gustaba más “este” para su propia ropa, pues allí estaba. Volvía a casa muy enfadada, sintiendo que era una falta de respeto, “que qué se habrán creído”, bla, bla, bla. ¿Pero que se podía hacer? Todavía era una niña buena, así que se guardaba su rabia.

Y… Otra vez lo mismo. Pero ahora, ya no era lo mismo. Asomó a su memoria un enigmático sueño que tuvo meses atrás y que entonces no comprendió, y casi le dejó un mal sabor de boca: Su madre, una mujer amable y educada, fingió perder la cabeza ante dos extraños huéspedes, auto-invitados y controladores, cuya presencia no era deseada. El hecho es que con su loco comportamiento, y a pesar de la vergüenza ajena, su madre tomó el control de la situación y los huéspedes desaparecieron.

Comenzó a reír a carcajadas en medio de la alegre azotea. Soltó en el suelo su balde de ropa seca ya recogida y comenzó a esparcir por el enorme espacio soleado toda la ropa de la vecina incógnita. En este tendedero, estas braguitas. Y dos metros más allá, esta toalla. Y allí, más a la izquierda… Continúo riendo a carcajadas y cada vez que lo recuerda aflora en su rostro una sonrisa.

Ahora, a veces juega a la niña mala y otras a  la niña buena, pero la batuta la lleva una divertida mujer adulta. Por cierto, nunca más su ropa osó cambiar de tendedero. 


(1) Esta historia ejemplifica el proceso descrito en el artículo anterior de darse cuenta, aceptación, asimilación (hacer suyo) y cambio de comportamiento-liberación. 

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