Actualmente me dedico a la práctica privada como psicoterapeuta gestalt de adultos, tanto a nivel individual como grupal, si bien en mis principios trabajé desde la psicología cognitiva-conductual. Mi actual forma de hacer gestalt es dinámica pues no sólo voy integrando la experiencia profesional pasada y mi formación, sino que día a día las personas que a mí acuden me enseñan algo nuevo y me retan a ayudarlas en su búsqueda de soluciones. Anteriormente trabajé también como psicóloga desde distintos servicios públicos: en servicios sociales (con familias, grupos de madres, trabajadores de un centro de menores), educación (programas para alumnos, escuela de padres, profesorado, habilidades sociales…) y en salud con pacientes de los Departamentos de Cardiología y Psiquiatría, así como coterapeuta de grupos, etc.
El trabajar desde dentro de distintos servicios públicos me dio una visión amplia del funcionamiento de esta institución. Ello fue la base para crear mi propio programa de intervención con el profesorado que pude poner en práctica gracias a los CEP (centros de profesores). En ellos trabajaba desde dos vertientes: la influencia del carácter de los docentes por un lado, y la presión de la institución junto con las demandas de padres y alumnos por otro, en la forma de hacer cotidiana del profesor, aprendiendo y buscando desde esa realidad posiciones más saludables y gratas. Intervine como observadora–participante en el primer programa SAT PARA EDUCADORES de Claudio Naranjo en España. Previamente tenía experiencia con grupos grandes en el uso de la herramienta del Eneagrama dentro del ámbito de la salud mental.
Así mismo trabajé como coterapeuta en la formación de médicos, sobre la influencia del carácter en la práctica clínica. Fui también formadora de alumnos de la rama sanitaria en temas de habilidades sociales y comunicación con enfermos, así como con trabajadores voluntarios de una ONG dedicada a ayudar a personas con SIDA.
Si bien soy psicoterapeuta de adultos, a veces trabajo con los padres de hijos menores con conflictos. Es decir, trabajo el conflicto del niño sin el niño. Me complace cuando la vía de solución se encuentra a través de la intervención con los padres sin que el niño tenga que acudir a consulta, pues esto evita que él y la familia lo identifiquen con el problema, no adhiriéndole una etiqueta de la que posteriormente tendrá que desprenderse para sentirse sano.
Finalmente, mi experiencia profesional se enriquece de mi experiencia con la práctica del zen. El zen puede ser terapéutico sin ser terapia, ayudando a sanar e integrar (pese a que éste no sea su objetivo). Parafraseando a Arokiasamy, “el zen nos desafía a entrar en nuestra propia oscuridad, sufrimiento y Vacío; nos llama a perdernos a nosotros mismos, a soltar y a morir; y a través del morir, llegar a la transformación y la vida”. Es esta actitud de valentía y desapego la que intento mantener y alentar en mi hacer terapéutico.