Creo que la mayoría de los “males” que padecemos tienen que ver con el olvido de quienes somos en realidad, de cuál es nuestra verdadera esencia o nuestro verdadero yo. Por ello el autoconocimiento es tan importante, pues nos va despojando de nuestras falsas identidades (tímido, extrovertido, sumiso, autoritario, miedoso, irascible…), que por otro lado nos han sido tan útiles en nuestro proceso de adaptación al entorno en que nos tocó vivir en la infancia. La psicoterapia es un proceso de autoconocimiento, donde las defensas que erigimos para evitar la angustia y el dolor y que fueron conformando nuestra forma de ser, van cayendo al ritmo que la persona necesita; cada cual tiene su tiempo. Este dejar caer, es como quitar una venda de los ojos y esa nueva visión nos va haciendo más libres y conscientes de nosotros mismos y los demás.

A veces las personas vienen a terapia por interés en su propio crecimiento personal y muchas porque en determinados momentos algo no marcha todo lo bien que desearían o marcha mal. El malestar tiene muchas formas de manifestación, hay personas que se deprimen mientras otras reaccionan más fácilmente con enfado y rabia y más difícilmente con dolor. Otras se cansan físicamente, aparcando sus emociones. Unos piensan obsesivamente, otros se enfrascan en una actividad frenética y hay quienes se quedan paralizados por el miedo y llenos de ansiedad. Y así, una multiplicidad de formas. 

Cuando el bienestar se tambalea, ya sea por la relación consigo mismo (por ejemplo falta de aceptación de rasgos personales) o en la relación con los otros (pareja, familia, entorno laboral o social), se tiene la oportunidad de buscar soluciones, de crecer con lo que ahora trae la vida, en contraposición a estancarse, intentando la tarea imposible de evitar los cambios, lo cual, en un plazo más cercano o lejano, traerá sufrimiento.

Aliento a las personas a buscar soluciones, a responder ante los acontecimientos que les toca vivir de una forma sana que redundará en su propio beneficio y en el de los demás. Recuerdo la canción “La Maza” de Silvio Rodríguez, cantada por él con sus sensibles matices o por Mercedes Sosa con esa potente energía que la caracteriza:

“Si no creyera en lo más duro
si no creyera en el deseo
si no creyera en lo que creo
si no creyera en algo puro
si no creyera en cada herida
si no creyera en la que ronde
si no creyera en lo que esconde
hacerse hermano de la vida”.

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